Hace mucho, mucho tiempo, en Stoningtom, a la hora del
crepúsculo, al final de una guerra enardecida y al principio de otra fría, una
joven vestida de blanco, aparentemente serena pero con manos temblorosas,
estaba sentada en un banco junto al puerto, comiendo helado.
A su lado había un niño pequeño que también comía helado, de
chocolate. Charlaban tranquilamente, y
el helado se derretía más deprisa de lo que la madre tardaba en comérselo. Le
estaba cantando “Brilla brilla estrella mía”, una canción rusa, tratando de
enseñarle la letra. El niño la escuchaba atentamente para luego, entre risas,
destrozar las estrofas. Como de costumbre, observaban el regreso a puerto de
los barcos langosteros y, casi siempre, ella oía los chillidos de las gaviotas
antes de ver aparecer a los barcos. (..)
Soplaba una brisa suave, y el
pelo estival acariciaba ligeramente la cara de la mujer. Se le habían soltado
unos cuantos mechones de la trenza gruesa y larga que llevaba echada sobre el
hombro. Era rubia y muy blanca, de piel translúcida y ojos también
translúcidos, con el rostro plagado de pecas. El niño, de piel morena, tenía el
pelo negro y los ojos oscuros, y las piernas regordetas propias de un crío de
dos o tres años. (..)
"El jardín del verano"
No hay comentarios:
Publicar un comentario