Una mañana iba yo por la pedregosa carretera, cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza. “¡Me vendo!”, grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo: “Soy poderoso, puedo comprarte.” Pero de nada le valió su poderío y se volvió sin mí en su carroza.
Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía y yo vagaba por el callejón retorcido cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro. Dudó un momento, y me dijo: “Soy rico, puedo comprarte.” Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.
Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor. Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo: “Te compro con mi sonrisa.” Pero su sonrisa palideció y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.
El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente. Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas. Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo: “Puedo comprarte con nada.”
Desde que hice este trato jugando, soy libre. (Rabindranath Tagore).
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