El fenómeno de que en los otoños de América y Extremo Oriente predominen
los rojos, frente a los amarillos europeos, es conocido desde antiguo.
En Nueva
Inglaterra está ganando peso una industria muy peculiar: el otoño.
En los últimos
años, en estados como Massachusetts, Vermont o New Hampshire, se ha popularizado
la actividad del leaf peeping, algo así como “observación de hojas” y consistente en un turismo que visita aquellos
paisajes para disfrutar de los colores otoñales. Massachusetts, por ejemplo,
recibe cada octubre dos millones y medio de visitantes, un treinta por ciento
de los cuales viaja desde lugares de todo el mundo solo para contemplar el
otoño.
¿Qué tiene el otoño en Nueva Inglaterra? Pues una espectacular
gradación de tonos que comprende el rojo, el amarillo, pardo, púrpura, y verdes
claros y oscuros. Claro está que, en
Europa estamos acostumbrados a otoños en los que podríamos adjetivar los
colores con muchos matices, pero siempre del amarillo.
Al llegar el otoño, la planta recoge velas para prepararse
a aguantar los rigores del invierno en un estado de mínima actividad. La planta
deja de producir clorofila y recicla hacia su cuerpo leñoso todos los valiosos
nutrientes de sus paneles solares. La hoja muere; pero antes, la ausencia de
clorofila deja al descubierto los colores amarillos de los carotenoides.
Sin embargo, en los árboles americanos y asiáticos sucede algo insólito. Al
llegar el otoño, los árboles comienzan a fabricar otro
pigmento llamado antocianina, de color rojo. Esto explica el porqué de la diferencia de colores. Otra cosa es entender
con qué fin la planta invierte tanto empeño en producir un nuevo pigmento
cuando la hoja está a punto de desecharse.
Hasta aquí, los hechos. Pero qué sentido biológico
tiene la producción de antocianina y por qué los árboles europeos prescinden de
ella. Respecto a lo primero, una teoría sugiere que, el color rojo disuade a los
insectos, los áfidos, o pulgones, evitan poner sus huevos en las hojas con
antocianina, que las plantas fabrican como señal de peligro productos químicos
defensivos: los pulgones saben cómo eludir las plantas que podrían matarlos, y
estas consiguen evitar la infestación. Es una hipótesis.
Existen otras teorías: Los árboles y sus insectos atacantes están expuestos
a temperaturas extremas en invierno, mientras que los arbustos quedan cubiertos
de nieve; “tienen un iglú natural”, por lo que los árboles no precisan el color
rojo ya que sus parásitos mueren durante la estación fría. Mientras que los
arbustos escandinavos necesitan mantener esta protección.
Siendo así, ¿por qué los árboles americanos y
asiáticos se han visto obligados a conservar sus señales de advertencia,
mientras que los europeos han podido prescindir de ellas?.. Para resolver el
misterio, los científicos ampliaron su estudio a las condiciones geográficas y
climáticas en la historia reciente del planeta, y advirtieron una curiosa
circunstancia: en Europa las principales cadenas
montañosas discurren de este a oeste, mientras que en América y Asia lo hacen
de norte a sur.
Los humanos vivimos en la Glaciación Cuaternaria, una Edad del Hielo
marcada por períodos glaciales, de frío más intenso, y otros interglaciales,
como el actual, con temperaturas más moderadas. Es decir, que en América las
especies, incluyendo los parásitos de las plantas, pudieron emigrar al norte o
al sur en función de las condiciones del clima, mientras que en Europa las
cordilleras se lo impedían y morían atrapadas por los hielos. Libres de la
infestación, los árboles europeos pudieron prescindir del caro peaje de
producir antocianina.
La naturaleza te enseña cosas que
los libros no pueden.
De -Ventana al conocimiento-.