La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que tiene sentido, sin importar su resultado final.
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La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que tiene sentido, sin importar su resultado final.
El mito del Minotauro, Teseo y el laberinto, nos muestra la idea que sobre la existencia tenían los griegos y del gran poder que tenía Creta en esta época. El toro es el símbolo más identificativo de esta civilización y es por esto que se piensa que escogieron las características físicas de esta bestia mitológica.
El minotauro era hijo de Pasifae, esposa del rey Minos de Creta y de un toro blanco enviado por Poseidón, dios del mar.
Minos ofendió gravemente a Poseidón y éste, que era vengativo y le cogió una ojeriza que pa qué, hizo que Pasifae se enamorase del animalico y fruto de dicha unión nació el Minotauro, el toribé (mitad toro, mitad bebé) que resultó ser pelín violento y antropófago, tenía la fea costumbre de alimentarse de carne humana.
Entonces Minos, para esconder su vergüenza y proteger a su pueblo (se los quería comer a todos) rogó al inventor Dédalo que le construyera un laberinto del que la criaturica nunca pudiera salir.
Se construyó el laberinto y allí se
encerró al animal. Cada nueve años, para conformarle y que no se pusiera
rabioso, Minos le ofrecía siete mujeres y siete jóvenes que imponía como
tributo a la ciudad de Atenas.
Tras años y años enviando a mozos y mozas a morir a Creta, Atenas decidió revelarse ¡pero ésto qué es?, dijeron.
Entonces Teseo, que era príncipe de Atenas, dio un paso al frente sacando pecho y se ofreció como voluntario para viajar a Creta y adentrarse en el laberinto del Bicho..
Teseo se ofreció como víctima con la intención de acabar con la bestia y así liberar a Atenas de tan cruel destino. Por más que le dijeron que no fuese, que le iba a matar, que se iba a perder en el laberinto, que si patatín patatán, él, to terco, dijo que iba y fue.
Pero hete aquí, que la hija del rey, Ariadna, que estaba loquita por el joven y lista como era, le dio
un ovillo de hilo para que supiese por dónde regresar en caso de acabar con el
Bicho.
Pues allá que va Teseo hacia el laberinto y, avanzando a tientas en la oscuridad por pasadizos sinuosos, nota como una mata de pelo áspero y cálido se enreda entre sus dedos ¡horror! ¡lo encontré!, pensó. El Minotauro que se percata de su presencia, ruge furioso junto al oído de Teseo derribándole de un empujón. Lo pisotea con las pezuñas, lo zarandea, lo coje lo suelta, lo tira arriba, abajo, o sea, la paliza del siglo. Le propinó a Teseo un puñetazo que le obligó a soltar la cuerda que le había dado Ariadna. Todo esto a oscuras. El Bicho le estruja entre sus brazos peludos y le azota con su cola y Teseo, harto del recibimiento de la criaturica, le agarró por los cuernos y los giró, primero hacia un lado, después hacia el otro, hacia atrás, hacia delante, arriba, le pateó, le embistió, forcejeó con él y, finalmente, la bestia profirió un balbuceo y cayó muerta.
Hay quién dice que Teseo lo mató a puñetazos, otros que le clavó su propio cuerno y, algunos, que llevaba una espada entregada por Ariadna.
La cuestión es, que el valiente y fornido Teseo pudo salir sano y salvo de aquel laberinto.
Ariadna le hizo ojitos y se marchó con
él. Pero no hubo final de “y comieron perdices” ¡qué va!, por allí acechaba un
tal Dionisio que estaba hasta las trancas por Ariadna, la raptó y se la llevó a
Lemnos donde yació con ella, y engendró a … uff, esto es otra historia..
Se cree que el laberinto en realidad jamás llegó a existir. Esta
magnífica construcción era en realidad el palacio real de Cnossos. Una
edificación de más de 20 mil metros cuadrados y unas 1.500 salas diferenciadas
de la que aún se conservan restos.