Sentí una inmensa sensación de desahogo al subir a nuestro
avión de la BOAC para perder de vista esa isla ajena a la que, sin
embargo, estaba irremediablemente atada por un pasaporte y
un marido. Ni siquiera miré a través de la ventanilla, tan sólo
agarré de la mano a Marcus y cerré con fuerza los ojos cuando
iniciamos el despegue. Con él a mi lado, estaba segura, todo sería llevadero.
Siguiendo una de las clásicas rutas del Imperio, la primera
escala nos llevó hasta Malta; continuamos luego hasta El Cairo y
aterrizamos por fin al día siguiente en el pequeño aeródromo de
Lydda, construido una década antes sobre suelo palestino por
los ingleses.
Cómo podría imaginar, mientras descendíamos las escalerillas de aquel Avro York para pisar Tierra Santa, que tan sólo tardaría un año y medio en retornar a ese Londres en ruinas.
Cómo anticipar los tramos de la vida, escabrosos y desventurados, que Olivia Bonnard y yo terminaríamos recorriendo juntas. Sin Marcus. Sin avenirnos. Sin entendernos...
Fragmento de "Sira" - María Dueñas -.