Estoy mecánicamente vivo, ya que se me mueven los
dedos y
mis ojos parpadean. Y aun así siento un
profundo vacío. Como si me hubiera
tragado una
taza de té y, al llegar a la garganta, la taza se hubiera
roto y
ahora retorciese todos los puntos sensibles de
mi cuerpo, huyendo, sin embargo,
de los órganos
vitales, para que me quede aquí donde estoy. Veo
claramente las
hileras de árboles en la entrada del
aparcamiento sacudidas por el viento,
sombras
enroscadas, pero no siento nada. Tengo la sensación
de que me encojo y
crezco al mismo tiempo. Es el
vacío lo que me hincha y me deshincha. Las manos
me tiemblan como una garganta estrangulada. Las
obligo a agarrarse a los
hombros, pero siguen
temblando. Me miro las rodillas, que parecen dos
guijarros
grandes, y veo los tobillos, como dos
guijarros medianos. El resto tiembla. Y
no es el frío
la causa, sino una cosa nueva: el vacío.
(...)
—Me gustan los libros que se pueden meter en los
—Me gustan los libros que se pueden meter en los
bolsillos, que se pueden
llevar encima, querer,
prestar, doblar por la punta, regalar y volver a
comprar
para releer los fragmentos favoritos. Para
mí, es importante intercambiar un
libro que quiero;
es como dejar a alguien mis zapatos.
"La alargada sombra del amor" - Mathias Malzieu -
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