La
vida humana se reduce a un sueño, esto es lo que muchos han creído, y tal idea
no deja de perseguirme.
Cuando me detengo a pensar en los estrechos límites en
que están circunscritas las facultades activas e intelectuales del hombre;
cuando veo acabarse todos sus esfuerzos por satisfacer algunas necesidades que
no tienen más intención que prolongar la desgraciada vida; que toda nuestra
confianza o tranquilidad sobre ciertos puntos de la ciencia, es sólo una
resignación fundada sobre quimeras y ensueños, y producida por esta ilusión que
cubre las paredes de nuestra prisión con pinturas diversas y perspectivas de
luz; todo esto me deja mudo, amigo Guillermo.
Me reconcentro y encuentro en mi
ser todo un mundo; pero un mundo fantástico, creado por presentimientos, por
deseos sombríos, en el que no se halla ninguna acción viva. Todo nada, todo
flota ante mí, cubierto de una espesa nube y yo me adentro en ese caos de
ensueños con una sonrisa en la cara.
Pedagogos, maestros, todos acuerdan que
los niños no saben lo que quieren; pero que también nosotros, niños grandes,
damos traspiés por este mundo sin saber de dónde procedemos o adónde nos
dirigimos; lo mismo que los pequeños, obramos sin intención; igual que los
niños nos dejamos llevar por golosinas de diferentes tipos o por el castigo;
esto es lo que nadie quiere creer, ni convenir en ello; y según yo es, sin
embargo, una cosa evidente.
En fin, concedo gustoso (porque sé lo que vas a contestar) que los
venturosos sean aquellos que, como niños, viven al día, llevan su muñeca de un
lugar a otro, la visten, le quitan la ropa, pasan y repasan respetuosos delante
del cajón donde mamá tiene las golosinas y que cuando saborean alguna lo hacen
ansiosos y a gritos piden más.
Pues bien, sí, ¡he ahí criaturas afortunadas! ¡Venturosos también los que
bautizan con un nombre pomposo o un título imponente sus fútiles ocupaciones e
incluso sus mismas pasiones, para presentarlas al género humano como obras
gigantescas, emprendidas para traerle mayor prosperidad o para salvarle!
Por mi parte, repito: buen provecho tengan, tanto ellos como los que quieran
o puedan creer como ellos. Pero el que en su humildad reconoce lo inútil de
todas esas vanidades; el que ve al hombre acomodado arreglar su jardín como un
paraíso, y al mismo tiempo ve pasar a un desgraciado jornalero encorvado bajo
el peso de una carga abrumadora, sin desanimarse, y que ambos en fin muestran
el mismo interés en contemplar siquiera un minuto más la luz del sol; ése está
tranquilo, crea su universo en sí mismo y se considera feliz sólo por ser
hombre. Por limitado que sea su poder, abriga siempre en su corazón el
sentimiento y sabe que puede dejar esta cárcel cuando así lo disponga.
- J.W.Goethe-