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martes, 22 de septiembre de 2015

¿Por qué el otoño es amarillo en Europa y rojo en Norteamérica?



El fenómeno de que en los otoños de América y Extremo Oriente predominen los rojos, frente a los amarillos europeos, es conocido desde antiguo.
 

 
 
 
En Nueva Inglaterra está ganando peso una industria muy peculiar: el otoño.
En los últimos años, en estados como Massachusetts, Vermont o New Hampshire, se ha popularizado la actividad del leaf peeping, algo así como “observación de hojas” y consistente en un turismo que visita aquellos paisajes para disfrutar de los colores otoñales. Massachusetts, por ejemplo, recibe cada octubre dos millones y medio de visitantes, un treinta por ciento de los cuales viaja desde lugares de todo el mundo solo para contemplar el otoño.
¿Qué tiene el otoño en Nueva Inglaterra? Pues una espectacular gradación de tonos que comprende el rojo, el amarillo, pardo, púrpura, y verdes claros y oscuros. Claro está  que, en Europa estamos acostumbrados a otoños en los que podríamos adjetivar los colores con muchos matices, pero siempre del amarillo.
Al llegar el otoño, la planta recoge velas para prepararse a aguantar los rigores del invierno en un estado de mínima actividad. La planta deja de producir clorofila y recicla hacia su cuerpo leñoso todos los valiosos nutrientes de sus paneles solares. La hoja muere; pero antes, la ausencia de clorofila deja al descubierto los colores amarillos de los carotenoides.
Sin embargo, en los árboles americanos y asiáticos sucede algo insólito. Al llegar el otoño, los árboles comienzan a fabricar otro pigmento llamado antocianina, de color rojo. Esto explica el porqué de la diferencia de colores. Otra cosa es entender con qué fin la planta invierte tanto empeño en producir un nuevo pigmento cuando la hoja está a punto de desecharse.
Hasta aquí, los hechos. Pero qué sentido biológico tiene la producción de antocianina y por qué los árboles europeos prescinden de ella. Respecto a lo primero, una teoría sugiere que, el color rojo disuade a los insectos, los áfidos, o pulgones, evitan poner sus huevos en las hojas con antocianina, que las plantas fabrican como señal de peligro productos químicos defensivos: los pulgones saben cómo eludir las plantas que podrían matarlos, y estas consiguen evitar la infestación. Es una hipótesis.
Existen otras teorías: Los árboles y sus insectos atacantes están expuestos a temperaturas extremas en invierno, mientras que los arbustos quedan cubiertos de nieve; “tienen un iglú natural”, por lo que los árboles no precisan el color rojo ya que sus parásitos mueren durante la estación fría. Mientras que los arbustos escandinavos necesitan mantener esta protección.
Siendo así, ¿por qué los árboles americanos y asiáticos se han visto obligados a conservar sus señales de advertencia, mientras que los europeos han podido prescindir de ellas?.. Para resolver el misterio, los científicos ampliaron su estudio a las condiciones geográficas y climáticas en la historia reciente del planeta, y advirtieron una curiosa circunstancia: en Europa las principales cadenas montañosas discurren de este a oeste, mientras que en América y Asia lo hacen de norte a sur.
Los humanos vivimos en la Glaciación Cuaternaria, una Edad del Hielo marcada por períodos glaciales, de frío más intenso, y otros interglaciales, como el actual, con temperaturas más moderadas. Es decir, que en América las especies, incluyendo los parásitos de las plantas, pudieron emigrar al norte o al sur en función de las condiciones del clima, mientras que en Europa las cordilleras se lo impedían y morían atrapadas por los hielos. Libres de la infestación, los árboles europeos pudieron prescindir del caro peaje de producir antocianina.
 La naturaleza te enseña cosas que los libros no pueden.
De -Ventana al conocimiento-.
 
 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El cerebro de una persona enamorada.


En esta época estival en la que salimos más, compartimos con amigos, conocemos gente ..., seguramente, más de uno se habrá enamorado. Y aunque el enamoramiento no es ninguna enfermedad, cerebralmente y desde lejos lo puede parecer.
 
 
 

Existen cinco cosas, más o menos insólitas, que el amor parece hacer con la mente.

1. Crea adicción. De entre las áreas cerebrales estimuladas por el amor, unas destacan sobremanera: las que conforman el circuito de recompensa, entre ellas, el núcleo accumbens, una pequeña zona situada unos centímetros detrás de los ojos, muy sensible a la dopamina (neurotransmisor que aumenta enormemente con el enamoramiento) y al que se conoce, popularmente, como el centro del placer. Es el que se activa cuando recibimos un premio, cuando tenemos sed y bebemos agua o cuando consumimos prácticamente cualquier tipo de droga, este circuito de recompensa es también el circuito de la adicción, de ahí el carácter adictivo de las primeras fases del amor.

2. Nos remite a la familia, queramos o no. La oxitocina y la vasopresina son dos pequeñas hormonas cuya máxima producción tiene lugar en momentos aparentemente lejanos al enamoramiento: en el parto y durante la lactancia (a medida que el bebé succiona del pezón). Entre sus muchas funciones están la de fortalecer el vínculo entre la madre y el hijo. Y de ello se aprovecha también el amor (romántico).
En el enamoramiento se aumenta la producción de oxitocina y vasopresina. Esto tiene sentido desde un punto de vista evolutivo: se gasta un tiempo y una energía en encontrar a una pareja idónea. Una vez conseguida, el lazo debe reforzarse para tratar de garantizar que ambos cuidarán de la posible descendencia. Así es al menos como la naturaleza tiende a “pensar”.

3. Nubla el juicio y la razón. Los científicos suelen usar lo que se conoce como “resonancia magnética funcional”, técnica que capta la mayor o menor llegada de oxígeno a cada área, un sinónimo de la demanda que la actividad crea. Durante el enamoramiento, el circuito de recompensa trabaja con especial fervor, la corteza prefrontal parece “apagarse”. Esta última es el área del cerebro más propiamente humana, la responsable fundamental de nuestra capacidad de razonar y emitir juicios elaborados.
Las consecuencias: el amor nubla, al menos sobre la persona amada, la capacidad crítica. Eso explicaría la creencia de que “el amor es ciego”, o incluso la sentencia de Ortega y Gasset, que lo definió como “un estado de imbecilidad transitorio”…. Pero obedece a una razón: aumenta las posibilidades de unión. O, resumido por Nietzsche, “siempre hay algo de locura en el amor, pero siempre hay algo de razón en la locura.”

4. Produce estrés y da valor. El amor produce una ola de estrés a lo largo del tiempo. En un principio el cerebro manda señales para que se produzca más adrenalina y, ese grado de estrés, permite superar el miedo inicial, lo que se conoce como neofobia. Con los meses el mecanismo disminuye, dando lugar a una sensación de tranquilidad (el resto de hormonas y circuitos implicados también se modulan con el tiempo).
 Lo curioso es que este fenómeno es uno de los pocos
en los que los acontecimientos cerebrales entre amor romántico y maternal no se solapan, porque en el cerebro de una madre, también tiene lugar una activación del área de recompensa y una subida de dopamina; igualmente, hay un aumento claro de oxitocina y vasopresina; e incluso también se produce una inhibición de la corteza prefrontal (la madre “suspende el juicio” cuando de su hijo se trata).

5. Te hace monógamo (o no). La ciencia no ha sido capaz de determinar aún si por naturaleza somos monógamos, polígamos o monógamos secuenciales, pero sí se saben algunas de las cosas que influyen en esta realidad. Algunas variantes de los receptores de vasopresina, por ejemplo, se han asociado con una mayor o menor promiscuidad.

En resumen, que la razón no puede comprender a la pasión en toda su complejidad. Porque la ciencia será capaz de decirnos muchas cosas sobre la química y los mecanismos cerebrales implicados en el amor, pero no nos hará entender su magia, eso solo se puede entender estando enamorado. Es posible que su esencia se entienda mejor desde la poesía, la música o el arte, y la ciencia pueda contribuir a comprender parte de su misterio.
 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Nueva temporada.


 
 
Hola de nuevo. Espero que la vuelta a la normalidad- después de este descanso estival -, no se os haga demasiado cuesta arriba y pesada..

Y no lo digo por tener que enfrentarse de nuevo a la vida cotidiana, que también; si no que, por regla general, volvemos más cansados que cuando nos fuimos..  pero ¡bendito cansancio!; porque las vacaciones, son ese gran oasis en el que repostamos para tomar fuerzas y seguir con el batallar de nuestro día a día.

Espero que hayáis disfrutado mucho de vuestro descanso.

 
Musiquita para comenzar con buena energía.

Pablo Alborán y Malú: "Vuelvo a verte"