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jueves, 11 de agosto de 2011

Cornelia Funke


Guardaba debajo de la almohada el libro que había estado leyendo. La tapa presionaba su oreja, como si quisiera volver a atraparla entre las páginas impresas.

Aquella noche, guardaba debajo de la almohada uno de sus libros predilectos, y cuando la lluvia le impidió dormir, se incorporó, se despabiló frotándose los ojos y sacó el libro de debajo de la almohada. Cuando lo abrió, las páginas susurraron prometedoras. Meggi opinaba que ese primer susurro sonaba diferente en cada libro, dependiendo de si sabía lo que le iba a relatar o no. En el cajón de su mesilla de noche escondía una caja de cerillas. Su padre le había prohibido encender velas por la noche.

- El fuego devora los libros- decía siempre, pero ella al fin y al cabo tenía doce años y era capaz de controlar un par de velas -.

A Meggi le gustaba leer a la luz de las velas. En el antepecho de la ventana tenía tres fanales y tres candeleros…Cuando estaba aplicando la cerilla ardiendo a una de las mechas negras, oyó pasos en el exterior. Asustada, apagó la cerilla de un soplido - ¡con qué precisión lo recordaba todavía muchos años después! -, se arrodilló ante la ventana mojada por la lluvia y miró hacia fuera……

                                                “Corazón de tinta” 

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