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martes, 9 de octubre de 2012

Hay quienes adoran los viejos árboles..


 El árbol es el símbolo de lo que perdura en el tiempo, testigo principal de hechos importantes.

Es indicador de fronteras y límites de términos, imprescindible función reservada a árboles monumentales que se cuidaban y plantaban a modo de señales y que han sido objeto de profunda admiración y cariño sin pasar desapercibidos para  escritores y poetas. Se pueden publicar tratados enteros, como Antonio Machado y su entrañable olmo viejo.

En la antigüedad se creía en el espíritu del árbol, se tenía la creencia de que proporcionaba vida y talarlo traería desgracias, era tanto el poder del que gozaba un árbol, que tiene en sí un alma, y se le otorgaba el carácter esencial de divinidad.

La veneración por el árbol se ve reflejada en casi todas las sociedades europeas. En Suecia, por ejemplo, existió un bosque sagrado en el que todos los árboles eran considerados divinos, y  en la vida romana, en el Foro, se rindió culto hasta la época imperial a la sagrada higuera de Rómulo. Los celtas tenían 21 árboles sagrados y cada uno correspondía a un periodo de nacimiento, (como un horóscopo).
Nuestros antepasados adoraron la Naturaleza a través de árboles; aprendieron sus voces  y las convirtieron en protagonistas de narraciones mitológicas y ritos sagrados. En la mitología universal, todos los pueblos han creído en un árbol cosmogónico símbolo de la vida, la regeneración y la inmortalidad.  

Pero no sólo se ha divinizado el árbol, los mitos hablaban de que la misma raza humana procede de los árboles, de los robles, para ser exactos, y de que los árboles son espíritus vivientes anteriores a los humanos, son primeras madres.

Y en el Paraíso existió además otro árbol, el de la Vida.




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