Pasan el Himalaya a puro golpe de ala.
Los ánsares superan la
cordillera más alta del mundo volando lo más bajo posible, de noche y sin
apenas ayuda de las corrientes de aire.
Dos veces al año, unos 100.000
gansos levantan el vuelo para realizar uno de los viajes más espectaculares del
reino animal: cruzar la cordillera del Himalaya para llegar a las costas de
India. La travesía cubre hasta 4.500 kilómetros durante los cuales los ánsares
no paran de batir las alas mientras dejan atrás las cumbres más altas del
planeta. Hasta ahora era un misterio cómo lo hacían. Ahora, el primer estudio
que ha seguido en detalle una de sus migraciones recogiendo datos fisiológicos
muestra que la realidad es muy diferente.
Mientras los gansos cubren la ruta desde
Mongolia hasta India, se acumularon datos de 391 horas de vuelo migratorio. La
altitud máxima alcanzada fue de 7.290 metros, lo que convierte a este ánsar en
una de las aves que más alto vuelan agitando las alas. La sorpresa es que los
gansos solo llegan a esas alturas de forma excepcional ya que, de media, no
pasan de los 4.707 metros. Y más interesante aún es la trayectoria de vuelo: un
sube y baja vertiginoso.
La trayectoria de vuelo de los gansos sobre la cordillera
parece una montaña rusa. Durante toda la migración se ve cómo durante su travesía de las
montañas, a alturas de unos 5.000 metros, bajaban bruscamente más de 1.000 metros
para luego ascender de nuevo.
Cuanto más alto se vuela, menos
denso es el aire y menor es también la absorción de oxígeno. Esto obliga a los
pájaros a aletear más rápido, lo que hace que su ritmo cardiaco se multiplique
y que consuman muchas más energías. Volar constantemente a 8.000 metros sería
simplemente más extenuante que bajar y subir. Por eso, el primer secreto para
cruzar el sistema de los Himalayas es “volar lo más bajo que puedas”.
El segundo es “vuela de noche”. Siete de las ocho alturas más altas se registraron durante la noche, el momento en el que el aire es más denso y cada aleteo aporta más desplazamiento por menos energía. Los ánsares vuelan más de noche, de madrugada y por la mañana y menos por la tarde, para evitar los vientos más fuertes, de hecho, aunque en ocasiones aprovechan las corrientes de aire para ascender más rápido, cubren todo el trayecto a golpe de fuerza física, sin dejar de aletear en ningún momento.
El tercer secreto es más
complicado. Los investigadores han comprobado que estos pájaros simplemente
están hechos para cruzar esta descomunal barrera geográfica haciendo el mínimo
esfuerzo. Comparados con la mayoría de aves, “los gansos tienen una sangre con
una enorme afinidad por el oxígeno, unos pulmones un 35% mayores y muchos más
vasos sanguíneos en su corazón y sus músculos”. Sus cuerpos funcionan como
mecanismo de relojería. Un ligerísimo cambio en el ritmo de aleteo se
corresponde con un aumento exponencial del ritmo cardiaco que se mantiene, sin
embargo, sorprendentemente bajo durante todo el viaje. Desde Mongolia a la
India, la media registrada fue de 328 latidos por minuto, mientras que en un
túnel de viento estas aves suelen registrar 450 latidos por minuto. Este cuerpo
perfecto les permite hacer cosas que matarían al mejor de los alpinistas, por
ejemplo ascender a casi un metro por segundo durante varios minutos sin que su
corazón se desboque ni sus pulmones se colapsen por el mal de altura.
Los ánsares parecen esquivar
sistemáticamente el techo del mundo. Las rutas que siguen dejan muy al este el
Monte Everest, pero sí pasan cerca del Makalu [8.463 metros], el quinto pico más
alto del mundo.
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